Querido lector:
¡Qué caprichoso es el destino! Resulta que esta vez ha decidido que por casualidad te encontraras con mi blog. Probablemente le darás a la flecha de atrás y te olvidarás hasta de que has entrado aquí, pero si por alguna razón decides hacer caso a esa fuerza invisible que te trajo hasta mí, y seguir leyendo, sólo puedo darte las gracias por ser los oídos que me escuchen, y los ojos que me lean. Espero poder llegar a tocarte el corazón, pero si no por lo menos deseo que disfrutes de esta visita. Quién sabe, a lo mejor tenemos más en común de lo que te imaginas, y te invito a que te sumerjas en este mar de letras que te vas a encontrar.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Hoy llueve...



Y veo caer las gotas, corriendo por la ventana, siguiéndolas con el dedo, intentando ser más rápida, mientras el cristal se empaña, con mi respiración, con aire de invierno.
Y el viento sopla, acompasado, silbando y cantando con el baile de la lluvia, al que pocos se suman...
Como yo, que más que del agua, me acompaño del calor de una manta, y del ruido del televisor.
Me pierdo la magia que hay fuera, el espectáculo que añoro cuando mata el calor, y del que huyo cuando hay frío.
No hay quién me entienda, pero disfruto mirando hacia afuera, viendo el agua caer, al cobijo de mi techo, pensando en el origen de todas esas gotas que no se acaban, que caen y caen, y siguen cayendo, por segundos, por minutos, por horas...
Y me dejo llevar por mi absurdo romanticismo, que ya no se usa, que resulta cursi, pero con el que me pierdo en mi imaginación, el que me lleva a otro mundo, tan distinto...
Más mágico, donde el miedo no te ata al suelo, donde se puede volar.
Y otras veces me pregunto por qué necesito estos días para evadirme, y por qué necesito evadirme para cambiar de realidad.
Porque cuando los días están tristes, cuando los ángeles lloran, recuerda que el agua moja, pero no mancha, que el viento despeina, pero es que a veces hay que soltarse el pelo. Que nunca se es demasiado mayor para remangarse los pantalones y saltar los charcos. Que no hay que esperar a que acabe la tormenta, hay que aprender a bailar bajo la lluvia.