Ni la fuerza de la tormenta
ni el rugido del viento y
los rayos descargando ira
pueden compararse
con un odio primitivo
nacido en las entrañas
de un cielo enfurecido.
Si de la rabia brota
la más sincera repugnancia
hacia el ser, que es y no es
pero tampoco quiere ser.
Y aunque la tempestad
calme y se esconda
aunque el sol salga,
sigue al acecho,
para surgir bajo la apariencia
de un rostro en el espejo.